Me acosté con el amor de mi vida por última vez.


Pero hay un detalle, no era él… y no tuvimos sexo, eran seis diferentes personas pero cada una tenía algo que me recordaba a él.
Uno de ellos tenía su voz, era voz grave, con la que puede recorrer todo mi cuerpo sin tener que tocarme, esa voz con la que mil veces me dijo que me amaba.
Una de ellas tenía la altura que tienen él, era alta, muy alta, tanto como él y me miraba con los mismos ojos de deseo que él lo hacía.
Otra de ellas tenía sus colochos, eso por los cuales me desvivía y que ahora detesto.
La más chiquita, tenía su color de piel, tan blanco como la leche, ese color de piel que muchas veces vi, muchas veces recorrí.
La más calmada tenía su sobrepeso, esos kilos de más de los que él se siente tan orgulloso. Esos 210 libras que tanto ama.
Él último tenía su barba o al menos parte de ella, parte de esa barba que tantas veces había tocado, que tantas veces había besado.

Así fue cómo por última vez, en un acto de despedida me acosté con él. Le dije adiós para siempre, porque es mi turno de comenzar de nuevo, es mi turno de ser feliz y de dejarlo atrás.